Son las seis de la mañana. Como soy dormilón se me hace difícil recibir alegremente los besos tan efusivos y toscos que me da mi novia Patricia para despertarme. Hago un gran esfuerzo para retribuirle el gesto con un beso, pero ella me esquiva y me revela desvergonzadamente que lo que sentí caliente en mis mejillas fueron seis cachetadas.
– Tengo que irme a trabajar –me explica-. En la cocina está el pavo. Le he colgado la receta en el cuello para que no se te pierda y el manual para usar el horno está encima del refrigerador.
Se va presurosa, y presuroso yo también vuelvo a dormir hasta las once. Despierto, ya sin ayuda de bofetadas, me lavo en el baño, poco a poco voy entrando en consciencia de que mañana es el Día del Pavo, o el Día de Acción de Gracias, enrumbo hacia la cocina y me quedo pasmado al ver el pavo. Inmediatamente llamo a Patricia por teléfono.
– ¿Bueno, Patricia?
– Sí. ¿Ya empezaste con el pavo? ¿algún problema? –pregunta ella.
– ¡Sí. Este pavo está vivo, mujer!
– Claro, pues. Tienes que matarlo y meterlo al horno –me dice tajantemente.
– Yo nunca he matado a nadie. No podría.
– Mira, no tengo mucho tiempo para hablar. Como la receta es de pavo al vino, dale un poco de vino, hay varias botellas en el refrigerador, emborráchalo y mátalo. Tengo que cortar. Piensa en tu peor enemigo. Bye.
Pienso en ella. Pienso en la reunión de los peregrinos y los indios en los años mil seiscientos, y me pregunto por qué diablos tenemos que celebrar con pavo. ¿Por qué no existe el “turkey fried chicken”? ¿Y acaso los ingleses y los nativos no comieron nada más, como papas o elotes? ¿Por qué no podemos celebrar comiendo elotes? Los elotes se hacen hervir y en un ratito están listos.
Saco el vino del refrigerador. Me tomo un trago yo y le doy un traguito al pavo. Parece gustarle. Le doy un poco más y tomo otro vaso yo también. Leo la etiqueta y me entero que el vino es chileno. ¿Será chileno el pavo? Le hablo de los peregrinos. Tomo el cuchillo y el pavo se pone a llorar. Le digo que me perdone, le pido que se calme y le sugiero tomarnos otro trago; para apaciguarnos. Sigo conversando con el pavo unas horas más. Entre trago y trago lo trato de convencer, aunque no sé cómo. Me trato de ayudar con la receta y le explico que afuera está a 41o y que en el horno va a estar calientito a 350o, pero el pavo menea la cabeza, no sé si en desaprobación o porque ya está borracho ya que ésta es la segunda botella y no hemos almorzado, ni el pavo ni yo. Pasan tres horas y dos botellas de vino más. Ahora veo dos pavos. Le pido a Pavilo (así le digo ya de cariño) que no se mueva tanto que me está desorientando por completo. Pavilo sonríe y brindamos como buenos cómplices celebrando una travesura.
Son las cinco y media de la tarde. Patricia ha vuelto del trabajo. Entra en la cocina y ahora la pasmada y atónita es ella al verme sentado en el suelo, colgado del cuello de Pavilo, acariciando su suave plumaje.
– ¿No has matado al pavo?
– ¡A mi amigo Pavilo no lo toca nadie, carajo!
PREGUNTAS:
- ¿Eres muy dormilón? ¿A qué hora te levantas los fines de semana?
- ¿Alguna vez le has dado una cachetada a alguien? ¿Por qué?
- ¿Celebramos el Día de Acción de Gracias el tercer o cuarto jueves de noviembre?
- ¿Por qué diablos dormimos tanto después de comer pavo?
- ¿Qué trago sueles tomar durante la cena de especial?
- ¿Hiciste alguna travesura este año?