No me gustaban los perros.  Bueno, para ser exactos, me gustaban; lo que nunca me gustaba era hacerme cargo de ellos.  La prueba está en que, cuando yo era un niño de 7 u 8 años que vivía con mis abuelos, solía jugar mucho con la perra collie, llamada Jessie, que le pertenecía a mi abuela.  Yo corría y jugaba mucho con la perra, pero mi abuela era quien alimentaba, bañaba y atendía a Jessie cuando no se sentía bien.  Cuando Jessie murió, por ejemplo, no recuerdo haber hecho mucho por ella.  Solo recuerdo que Jessie se estaba muriendo porque había comido una buena porción del veneno que mi abuelo había puesto por la huerta con la intención de matar unas ratas, y también recuerdo como Jessie, quien acababa de tener crías, con un instinto sorprendente, se alejaba de sus perritos hambrientos porque el permitirles amamantarse de ella llevaba el riesgo de envenenarlos también.

Los perros nos enseñan lecciones muy valiosas.  Con Jessie aprendí la primera lección: ama a tus hijos y no dejes que lo que a ti te pasa les pase a ellos.

Muchos años más tarde, ya de adulto casado y todo, conocí a Betty, una perra bonita, juguetona, cariñosa y humilde que vivió con una de mis hijas, de la que fue inseparable compañía desde sus años de adolescente.  Betty fue para ella –si he de explicarlo sucintamente- el brindis de sus alegrías y el hombro para sus tristezas.  Desgraciadamente, a la ahora vieja Betty le dio cancer y pasó a mejor vida hace muy poco.  Según los veterinarios, Betty debería haber muerto hace unos tres años, si no menos, pero yo estoy seguro de que ella sabía que mi hija la amaba inmensamente, y sabía el dolor que su muerte le causaría, así que Betty soportó valerosamente la quimoterapia y se aferró a la vida lo más que pudo. 

Hace un par de días, cuando Betty nos dejó, aprendí la segunda lección: cuando se trate de aquellos que te aman, da lo máximo de ti.

Hace poco más de un año, Bonito (un lindo chihuahua terrier) llegó a mí de manera fortuita, o al menos así lo pensé yo.  A Bonito le doy de comer, corro con él por todo el rededor de la casa, lo saco a que haga “pipi” y “pup”, veo que no se le hayan subido garrapatas después de jugar afuera, lo acaricio constantemente, sufro mucho cuando lo dejo solo en la casa por mucho tiempo, le sobo sus patitas, le doy masajes, me aseguro de taparlo con su manta cuando lo llevo a su cama: hago por él lo que no hice por Jessie.

Bonito no me llegó por casualidad.  Él ha arribado a mi vida para enseñarme la tercera lección: la vida siempre te da una segunda oportunidad para rectificar.