En estos momentos angustiantes que nos conminan a filosofar sobre la vida, les entrego los pensamientos que compartí con un gran amigo poco tiempo después de que perdimos a nuestros padres.
Walter y yo somos amigos. Los dos nacimos en Lima. De niños, militábamos generalmente en el mismo equipo cuando jugábamos pelota contra otros muchachos del barrio. Ambos compartimos aventuras de mujeres durante nuestra desenfrenada adolescencia. Los dos, en un momento de nuestras vidas, decidimos salir del Perú; él se fue a Suecia y yo me vine a Estados Unidos. Ambos formamos familias; tenemos ahora esposa e hijos. Pero hoy, Walter y yo nos hemos quedado sin padre.
Y la vida continúa.
Perder a un ser querido es un dolor inconmensurable. Es desgarrador. No hay llanto diluviano que ahogue la pena, y aún en la compañía de parientes, amigos y conocidos, se siente por dentro una gran soledad que inunda con sus aguas heladas cada vena, y que no se detiene hasta coagular el alma. En todo ese lapso de frío, de congelación, de hipotermia espiritual, uno rumia el sentimiento, al tiempo que empieza a cuestionar este suceso trágico. Paradójicamente, es ante la muerte que uno medita sobre la vida. ¿Por qué a mí?, ¿por qué hoy? ¿Por qué razón desde nuestra niñez, y más allá de nuestra etapa madura, hemos de recibir golpes que, con suerte, ocasionan rasguños leves, pero que otras veces parecen luxarnos impíamente?
Son cosas de la vida, dice la gente. Yo digo, mi querido Walter, que la vida hay que disfrutarla, apreciarla, pero sobre todo, respetarla pues hay que entender que aunque es verdad que tenemos las riendas de nuestro destino para trazar nuestro propio derrotero, es la vida la que decide si avanzamos o cuándo nos detenemos.
La vida te da libre albedrío. ¿Eres muy joven pero quieres emanciparte y dejar la casa de tus padres? La vida te deja volar del nido hasta el día en que regreses cabizbajo como muchos otros hijos pródigos. ¿No quieres trabajar y más bien quieres dedicarte al robo, al alcohol o a las drogas? La vida te permite embriagarte de estos vicios hasta que ellos mismos te ahoguen y finalmente te aniquilen. ¿Quieres, por el contrario, emigrar a otras tierras en busca de un trabajo digno? La vida no será quien te ponga murallas y te facilitará cruzar fronteras o te despertará de tus sueños a medio camino.
La vida, mi entrañable amigo, es una yegua sin ensillar sobre la cual cabalgamos. El viaje, a trote o a todo galope, es siempre una aventura que podemos disfrutar a plenitud, pero, en todo momento, hay que estar conscientes de que si bien nosotros podemos elegir la velocidad y la ruta, no determinamos la distancia. Cuando la vida decide detenerse, se detiene, y por ende, lo más importante que debemos hacer en cada minuto que cabalgamos la vida, es aferrarnos a ella.