A raíz de la legalización de la marihuana este año en Nueva York

Yo no sé porque tanta angustia o irritación porque se haya legalizado la marihuana cuando la marihuana no ha matado a nadie. Lo digo yo con conocimiento de causa.

Yo comencé a fumar cuando tenía 14 años y había empezado la secundaria, y nunca me sentí en peligro de morir. Fumaba recreacionalmente durante la semana, sin hacerle daño a nadie, ni siquiera cuando comencé a venderla en el colegio, porque yo no obligaba a que la compraran. Eso lo expliqué muy bien cuando un día me atraparon en la escuela y el director me advirtió que iban a suspenderme, y luego, ante mi reincidencia, me botaron de la escuela. Murieron mis sueños de ir a la universidad y convertirme en doctor, pero esa no es la clase de muerte de la que estamos hablando.

El asunto es que la expulsión de la escuela no me mató. Si he de confesarlo, me dolió un poco. Quizá no tanto como a mis padres y a mis hermanos, y mucho menos como a mi abuela, que murió de un infarto ante la noticia, pero sería una exageración decir que la marihuana mató a mi abuela cuando fue su corazón el que acortó su vida.

La única muerte real que recuerdo es la del perro de mi casa. Sucedió durante unas vacaciones en que toda mi familia se fue a Connecticut y yo me quedé en la casa solo por dos semanas. Tomé, fumé, hice de todo, y una noche aluciné que estaba en el coliseo romano de Calígula, con las graderías llenas de mujeres desnudas, enanos de cabezas amorfas y soldados con escudos que tenían propaganda de Verizon y Adidas, todos mirando un partido de soccer en el que el perro de mi casa era la pelota y yo era un famoso deportista (otro de mis anhelos) que estaba a punto de meter el gol de la victoria, pero había muchos contrincantes tratando de robarme la pelota, así que yo la pateaba y pateaba hasta que la pelota se desinfló, aunque igual llegué a meterla al arco. Al día siguiente, o cuando desperté, encontré al perro muerto en la cocina con el cuerpo y la cabeza llenos de hematomas. 

Ahora, a mis 24 años, desde la cárcel, escribo para decirles que una excepción no puede ser la regla, pero eso lo sabe todo el mundo, así que insisto en que no hay una relación de causa-efecto entre la marihuana y la muerte. Sin ir muy lejos, aquí en la prisión abunda la marihuana y muere gente cada cierto tiempo pero no por fumarla. La palabra muerte la escucho de cuando en vez en los patios o la cafetería, pero eso no me intimida en lo absoluto. Hace poco, por ejemplo, escuché unos rumores de que tres tipos de una pandilla de reos van a matarme porque ya les debo mucho dinero de todos los porros de marihuana que les he comprado y aún no les pago, pero eso no va a suceder… Eso no puede suceder… no sucederá… ¿verdad?